El día de 1960 en que un próspero hogar costarricense estrenaba la televisión, sería recordado como un acontecimiento colectivo, aun cuando tuviera lugar en la supuesta intimidad de un espacio doméstico. Tal vez porque esa caja indiscreta haría insostenible, en adelante, una clara distinción entre lo privado y lo público. O porque el acceso a la televisión, limitado en un principio, pronto se difundiría como una exitosa telenovela.1 Por esa fecha, más de la mitad de los hogares del país tenían radio, mientras la circulación de revistas importadas crecía en igual medida que la presencia de la publicidad y la capacidad de consumo de las clases medias.
Para entonces, se había perfeccionado uno de los más eficaces dispositivos con que ha contado una cultura para establecer y difundir sus valores. Con el decisivo efecto de los medios masivos de comunicación, el tan cacareado “American way oflife” tenía el camino expedito para propagarse. Es en ese momento entre los años cincuenta y sesenta donde Adrián Arguedas sitúa su mirada; una mirada probablemente menos nostálgica que arqueológica.
Si, como nos recuerda Michel Foucault, la arqueología es esa disciplina “... de los monumentos mudos, de los rastros inertes, de los objetos sin contexto y de las cosas dejadas por el pasado”,2 la obra reciente de Adrián Arguedas parece seguir un cierto impulso arqueológico. Sus pinturas se basan en imágenes tomadas de revistas norteamericanas de los años sesenta y fotografías de álbumes familiares, que el artista reinscribe como modo de interrogar, también, al presente.
Pero tal vez esos rastros sean demasiado escurridizos: las imágenes pop -tan atractivas y tan posadas, tan irreales- no parecen tener valor de documento. Y sin embargo, la ficción no las hace menos eficaces. De algún modo, todo aquello que la cultura occidental ha construido como “las cualidades del blanco” -de un blanco varón y heterosexual- ha sido también un efecto de esas imágenes. De ahí que uno de los recursos de Arguedas para cuestionarlas sea justamente enfatizar su carácter de puesta en escena, con lo que tiene de falsedad e impostura.
La pose hace similares las fotos de las revistas y las del álbum familiar, como si unas y otras fueran igualmente ficticias. Pero en cada cuadro, Adrián suprime o añade algún elemento, trastornando un espacio demasiado controlado y aséptico. Y por más familiares que nos resulten esas escenas, apenas unos detalles son suficientes para alterar la estabilidad de lo conocido e insinuar lo inquietante. O, más perturbador aun, el vacío.
Excluidas de un contexto preciso, las imágenes flotan en la superficie de la pintura. Y tal vez sea allí donde deberíamos poner nuestra mirada. Como en la repetida frase del más célebre pop -“Si quieren saberlo todo sobre Andy Warhol, miren en la superficie de mis pinturas y mis películas y allí me encontrarán. No hay nada detrás”- que cierta lectura, la de Estrella de Diego3 por ejemplo, acerca al relato del arte moderno y su cuestionamiento de la ilusión espacial en la pintura.
Mirar en la superficie, quizá también porque los colores que usa Arguedas -plateados y dorados- no consienten alguna profundidad, devolviéndonos una y otra vez sus reflejos. O porque le interesa que reparemos sobre todo en la pintura misma, que se hace opaca para exponer sus recursos: el pigmento, la pincelada, la materia, la composición. No hay nada detrás, podría insinuar el artista. Sin embargo, como en casi toda su producción gráfica y pictórica, estas obras permanecen cercanas a la figuración y a cierta narratividad, si bien menos relevante. Aun así, se indica ahora un desplazamiento hacia a una mayor importancia de los recursos propiamente pictóricos. Después de todo, en el terreno de la pintura, las cualidades del blanco remiten, en primer lugar, al color. En esta muestra, Arguedas dialoga con una fuerte tradición en la historia del arte, al tiempo que afirma su interés por una investigación formal de la pintura.
Desde el Cuadrado blanco sobre fondo blanco, de Malevich, la formulación más radical de una pintura de la ausencia del objeto, el blanco ha estado en la base de importantes propuestas del arte moderno y contemporáneo. Nombres como Armando Reverón, Barnet Newman, Robert Ryman, Lucio Fontana, Piero Manzoni o Cy Twombly figuran entre los más notables de ese relato. Sin embargo, “Las cualidades del blanco” no es una exposición de monocromos. Ni siquiera prevalece el color blanco. En las pinturas de Adrián Arguedas, el blanco está dado más bien por su ausencia, tal vez el modo más pertinente de referirlo. De hecho, si hay una figura que ordena la exposición sería la ausencia. En casi todas las escenas algo falta; una figura desaparece o se asoma como espectro. Mientras, las imágenes privadas de todo contexto flotan en un espacio sin referencias, a no ser la pintura misma.
Así, del mismo modo que las cualidades del sujeto blanco, clase media y la familia nuclear se revelan ilusorios, en la pintura de Adrián Arguedas el color blanco solo existe en los reflejos. Las cualidades del blanco son, pues, un espejismo.
Curaduría. Tamara Díaz Bringas, Octubre de 2004
1. En Costa Rica, la proporción de hogares con televisión creció de 6,6 a 41,2 % entre 1963 y 1973, llegando a un 86,4 % en 1984. Véase: Iván Molina Jiménez, Costarricense por dicha. Identidad nacional y cambio cultural en Costa Rica durantes los siglos XIX y XX, Editorialde la Universidad de Costa Rica, 2003, pp. 101-102.
2. Michel Foucault, La arqueología del saber, Siglo XXI editores, México, 1985, p.11.
3. Estrella de Diego, Tristísimo Warhol. Cadillacs, piscinas y otros síndromes modernos, Ediciones Siruela, Madrid, 1999.
Las virtudes del gris
En 2003, siendo aun Curador Jefe del MADC, realizamos una visita a la agradable casa-taller de Adrián Arguedas, para “escoger” algunas piezas suyas para la Colección Permanente del museo. En ese momento, una de mis intenciones era -también- proponerle a Adrián realizar una muestra personal en el museo.
Esta invitación desde hacia bastante tiempo la creía justa, y necesaria, no solo porque considero a Adrián uno de los artistas más profesionales de Costa Rica, sino además por su continua labor en la formación de otros artistas, y sobre todo por su persistencia en re-pensar y ofrecer nuevos caminos y búsquedas al ámbito de la pintura, cuando ésta quizás sea la técnica, el lenguaje más difícil de revalorizar y redescubrir en el disperso, complejo y ultra-tecnologizado panorama actual de las artes visuales contemporáneas. A estas virtudes se añaden que Adrián no sea un “pintor” excesivamente cotizado por galerías, coleccionistas y en general por el mercado simbólico de bienales y eventos internacionales, lo cual le da una muy beneficiosa (no en términos monetarios, pero si investigativos) autonomía como artista, ya que no suele estar condicionado por los gustos, demandas y tendencias de galeristas y/o compradores eventuales. Por otro lado, a estas virtudes habría que añadir que Adrián Arguedas aborda lo pictórico desde sus soportes físicos y espacios estéticos más “clásicos”, “tradicionales”: el del bastidor y la tela, el óleo y el acrílico, y además, partiendo de la figuración.
Así, aun cuando Adrián ya me había comentado sobre las intenciones generales de su muestra, cuando vi reunidas la impresionante cantidad de piezas de “Las cualidades del blanco”, confirmé lo que era una seguridad desde el inicio: que ésta iba ser una (otra) muestra suya que, aun con intenciones temáticas y conceptuales diferentes, ahondaría en sus búsquedas anteriores y en las inquietudes estéticas y vivenciales que proponía en su investigación actual. Todo ello se vio enfatizado, por lo demás, en la coherencia curatorial de la escogencia de las piezas a exhibir, y en el riesgo del planteamiento museográfico, donde el pesadísimo y anulador gris en las paredes de la imponente sala 1 del MADC, enfatizaba la paradójica invisibilización de las “cualidades del blanco” que proponía el título de la exposición, haciendo más evidente -como expresa su curadora- esa inquietante ausencia.
Por eso, tampoco me sorprendió cuando supe del justo otorgamiento del Premio Nacional Aquileo J. Echevarria a Adrián Arquedas por “Las cualidades del blanco”. En ese sentido, para el MADC esta premiada exposición de “pintura-pintura”, tuvo el mérito adicional -otra de sus virtudes- que se exhibió en un espacio que, desde su surgimiento mismo, ha sido cuestionado muchas veces como una especie de “sepulturero” de la pintura. Así, negando esta acusación, esta muestra de Adrián Arquedas demostró -con creces- en la sólida propuesta de unos de sus artistas más representativos pero a la vez arriesgados en el contexto nacional y centroamericano, que lo pictórico como técnica, como lenguaje, como posibilidad temática, estética, expresiva y visual, no solo está “viva”, sino que además goza de toda la buena salud que le confiere el cambio, la transformación, la revalorización de sus principales y fundamentales preceptos.
Ernesto Calvo Alvarez. Director MADC