Todos los días parten. En su intento por cruzar ilegalmente la frontera de Estados Unidos de América muchos inmigrantes quedan con la vida y el cuerpo partido. Usan la red de trenes de carga de México para llegar más rápido. Viajan sobre “La Bestia”. Se duermen o empujan. Caen del techo y el vehículo de su destino les pasa por encima. Mueren decapitados y desangrados. Sobreviven mutilados
Esta sinfonía de gritos y voces desconocidas no cesará, ni con la promesa de un paredón de 3000 kilómetros de extensión ni con la amenaza de deportar a millones de indocumentados. Los migrantes buscarán cómo pasar. A favor de este pronóstico está la historia de la humanidad.
Honduras es el quinto país con mayor número de indocumentados viviendo en los Estados Unidos de América. Muchos se ven forzados a regresar a Honduras. Sin manos, brazos, pies o piernas quedan desterrados al desempleo perpetuo. Y aún así quieren volver a intentar llegar a los Estados Unidos de América, aunque sólo sea para dar testimonio de la carnicería sufrida.
En su obra Pável Aguilar dignifica al inmigrante hondureño retornado. Presenta su identidad, voz y memorias con una tragedia en tres actos. El primero: la musicalización de dramas silenciosos. El segundo: la visualización de las partes corporales ausentes y el recuerdo de los olvidados. Y por último la historia cíclica. Escuchamos la Orquesta Filarmónica de Texas que está afinando antes de un concierto: la sinfonía patética está por comenzar pues ciertamente hoy mismo hay miles de inmigrantes que apenas empiezan su partida hacia aquel destierro.
Adriana Collado-Chaves. Curador.