Rastros: Una pelea con la historia
Dice Rolando que de joven le gustaba boxear y que todavía hoy tiene un sueño recurrente: se ve a sí mismo a punto de empezar una pelea pero ésta nunca tiene lugar. No hay peor derrota; o no hay victoria mayor. Quién sabe. Pero me gustaría imaginar ese sueño como el relato de una pelea siempre pendiente con la historia.
Castellón nunca fue a la Bienal de São Paulo, aunque más de una vez fuera invitado. Una obra suya extravió el camino a Venecia, dejando no más anunciada su participación en la Bienal del 97. Venecia 78 “Dalla natura all´arte, dall´arte alla natura”, con un tema que ya para entonces reclamaba su obra, se lo perdió (aunque no se libró de su furtiva intervención). En 1996 su participación en la Bienal del Barro, de Venezuela, se vio menguada por un repentino cambio de sede que lo desplazó de Caracas a Maracaibo. Casi nadie notaría tampoco su presencia como Leonardo Castellón en el conocido libro Tres décadas vulnerables del arte latinoamericano. Años después, como otra broma de la historia, una publicación nicaragüense le atribuiría obras que nunca hizo.
Tal vez porque prefiere que la fatalidad sea sistemática, y no por modestia, Castellón olvida contar que una de las más prestigiosas voces de la crítica de arte en Latinoamérica, Marta Traba, se refirió a su trabajo de los setenta como “una de las más bellas obras sobre papel que se hayan realizado en el continente”. Producciones tan altas no podían pasar inadvertidas para el público estadounidense: “estas obras están entre las más totalmente exquisitas de la temporada” (San Francisco Chronicle, 16-5-74), “pocos artistas locales han crecido tanto en los últimos años como lo ha hecho Rolando Castellón” (ibídem, 10-10-75), “esta obra es arte abstracto moderno, de una intensa fuerza espiritual, similar a lo mejor de la primera generación de expresionismo abstracto, y como muy poco arte de hoy tiene” (Revista California, marzo 1986), diría la crítica más exigente. Un poco más acá, la historia oral murmura que autorizados curadores como Paulo Herkenhoff o Gerardo Mosquera no limitaron sus elogios al conocer el trabajo de Castellón.
Inusual en la obra plástica de Rolando Castellón, el color aparece sin embargo en algunos trabajos de la década de los setenta —la más feliz en su recuerdo—, en los cuales empieza a experimentar con el papel doblado que derivaría luego en formas tridimensionales. Se exhibe, entonces, un conjunto de aquellos dibujos en acrílico sobre papel que anuncian lo que más tarde alcanzaría una consistencia escultórica. Para ello, sin embargo, debió aparecer un elemento que no ha cesado desde 1981: el barro.
En la obra de Castellón, el barro aporta no sólo un extraordinario recurso plástico, sino un pensamiento y una posición vital, guiados por un profundo respeto y un verdadero asombro por los misterios de la naturaleza. Por eso, tal vez, prefiere ubicar su intervención en el lazo donde se junta lo natural y lo realizado. Los trabajos con barro, pero también sus múltiples estudios de elementos naturales, se van conformando en el cruce entre el azar y la intencionalidad. Como si prefiriera completar la imagen ya sugerida en la materia misma, Castellón busca en la forma orgánica la base de otras combinaciones. Los elementos naturales y los construidos parecen compartir un juego de espejos: una forma repite la otra y la multiplica.
Rastros sigue la propuesta visual de Castellón a través de sus dibujos, sus murales, sus pequeñas colecciones y estudios de elementos naturales y también de su valioso archivo documental. Una pequeña pero muy importante zona de la exposición exhibe fotografías, documentos, revistas y material gráfico que dan cuenta de la trayectoria de este artista autodidacta, quien desde los tempranos setenta coqueteaba —no sin humor y cierta distancia critica con prácticas del arte conceptual. Finalmente, un extenso mural en las paredes del museo incluye diversos trabajos del itinerario de Castellón, así como algunas obras de otros autores con las cuales se identifica.
Aunque junta producciones de más de tres décadas, Rastros tal vez sea menos una exposición que una gran intervención extendida en el espacio y el tiempo. Instaladas por su propio autor, cada pieza terminará por integrarse en una obra total. Por otra parte, aun cuando tenga el aire de una muestra retrospectiva, prefiere decirse como mirada cíclica. Tal vez para hacerle trampas a la historia; para no hacer caso a sus demandas de coherencia, orden, unidad, exactitud. Así, a través de sus múltiples pseudónimos, de los equívocos, de las falsas atribuciones, de la alteración de fechas y nombres, del simulacro del objeto arqueológico y de invenciones infinitas, Rolando Castellón ha jugado con la historia. Y ella con él: lo pierde, lo equivoca, lo olvida. Sin embargo, tal vez unos Rastros alcancen a traer de vuelta a Rolando Castellón, Crus Alegría o siquiera al desconocido Moyo Coyatzin, “el que se inventa a sí mismo”.
Tamara Díaz Bringas, Curador, Abril de 2005
Rastros y Rostros: una memoria según Rolando Castellón
Hace unos pocos años, cuando vi por primera vez a Rolando Castellón en algunas exposiciones y charlas, siempre me llamó la atención esa excéntrica y enigmática figura que, tras una reacia fachada, pensé escondía una o varias personalidades difíciles de reconocer, pero por ello más retadoras y desafiantes...
Esa intuición se me fue confirmando, poco a poco, cuando fui descubriendo quién era “realmente” Rolando Castellón: artista, museógrafo, curador, gestor y sobre todo personalidad mítica, aunque no reconocida del arte y la cultura centroamericanas; invisibilidad a la que, quizás, ha contribuido inconscientemente el propio Castellón, y que le permite fabularse y re-inventarse continuamente a sí mismo, como una especie de nuevo Pessoa centroamericano.
Tal vez por eso, esta muestra de Rolando Castellón en el MADC, no solo la consideraba imprescindible, sino que me parecía lo mínimamente justo para una de las figuras esenciales que le dio perfil y forma a este museo -fue su primer curador jefe durante 5 años- y que, además, ha sido protagonista decisivo, muchas veces oculto, no reconocido o equívoco, de algunas de las páginas más importantes del arte contemporáneo centroamericano, dentro y fuera de sus fronteras geográficas.
Castellón ha decidido llamar a su muestra “Rastros. Una mirada cíclica”; y creo, haciendo loa a su intuición, que no hay título más preciso para nombrar un recorrido que comienza -según su memoria- a inicios de la década del setenta (1971) y que, aparentemente, termina en el simbólico año 2000. Y digo “aparente”, pues aunque Rolando insista en que ese es el período que comprende su trayectoria “artística”, creo que no es más que uno de los muchos trazos y rastros que conforman su accidentada y -fabul(osa)ada historia que -como él mismo insiste- es una especie de serpiente que se muerde la cola, pero que, paradójicamente, estará siempre incompleta: nunca (re)encuentra, nunca se (re)une, nunca se repite.
Esa misma figura simbólica, mítica de la serpiente, también remite a otra de las recurrencias artísticas y vitales de Rolando: el de la memoria fragmentada, el de la vuelta y la búsqueda incesante de su “identidad” (100% mestiza, como le gusta decir): una otredad telúrica, histórica, vivencial, que se expresa en su trabajo constante con la tierra, con el barro, con esos objetos de desecho, re-hechos y re-vividos en formas y figuras simbólicas o reales, en extraños y a veces indescifrables trazos de dibujos y grabados, que de alguna manera dan cuenta de esos rastros irresolubles pero fundamentales en las muchas trayectorias de sus múltiples personalidades.
Ernesto Calvo, Director MADC
Esta publicación se realiza gracias al gentil patrocinio del Museo de Arte Contemporáneo de Managua y su director Luis Morales Alonso.
Video de la exposición
Grabación y edición: José Alberto (chisco) Arce