4 artistas - 4 curadores

Del 28 de agosto al 1 de octubre del 2003.
Salas 3 y 4
Museo de Arte y Diseño Contemporáneo
  • Gustavo Araujo / Panamá . “Isla Grande” (2002), “Red frog”. (2003), “Entre el callar y el silencio” (2003). Videoinstalación, animación digital y audio. Curaduría: Adrienne Samos.
  • Raúl Quintanilla / Nicaragua. “Nica-gando me quedo”. 1998-2003. Técnicas mixtas (escultura, collage). Curaduría: Teresa Codina.
  • Ana deVicente / España-Costa Rica. Dis/continuo. 2003. Videoproyecciones. Curaduría: Tamara Díaz Bringas.
  • Lucía Madriz/ Costa Rica. “Estaré sobre ustedes como un arcoiris en una mancha de aceite”. 2003 Video-Instalación. Curaduría: Ernesto Calvo

Arte y curaduría: un diálogo necesario…

“Nica-gando me quedo”

Una de las características más socorridas y polémicas del arte contemporáneo, es sin dudas la relación, casi siempre “conflictiva”, “tensional”, que se ha establecido entre la curaduría y la creación artística. Todas estas contradicciones, en muchas ocasiones son provocadas por la forma difusa y equivoca en que (no) se han comprendido muchas veces las funciones, alcances, posibilidades -y límites- de esos inevitables vínculos en el arte actual.

En ese sentido, al parecer resulta totalmente diferente el proceso de reflexión curatorial cuando se aborda, por ejemplo, la selección de una bienal (competitiva o no), con respecto a la de una exposición individual. O está muy alejada una mega-exposición panorámica o histórica, a la perspectiva de una muestra se que sitúe en un eje conceptual o teórico “duro”, donde se nucleen a un grupo de artistas muy diferentes en su estética y lenguajes.

No obstante, a pesar de los muy disímiles y particulares modos que de hecho tiene la realización real –concreta- de eventos artísticos de alcances, propósitos y condicionamientos diversos como los antes mencionados, la pregunta continua siendo: es posible establecer puntos de consenso entre la labor curatorial y la creación artística?.

Así, a pesar de la evidente dificultad para responder a esta interrogación –y precisamente por ello- el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo ha querido activar un intercambio reflexivo y de realización entre artistas y curadores, para que de esa forma interactuen -desde el proceso mismo de realización de la obra, hasta su montaje o puesta en escena, así como en las posibles lecturas que lo recorren- las experiencias y conocimientos de ambas partes; y que, de ese modo, se pueda activar -a nuestro entender- un enriquecedor diálogo donde se produzca una retroalimentación y reconocimiento mutuos.

Para ello se han invitado artistas y curadores que desarrollan su labor en Centroamérica, y desde nuestro contexto ir propiciando –y profundizando- un abierto intercambio artístico-curatorial, donde esa imprescindible interacción y ese enriquecedor diálogo sea posible.

Ernesto Calvo Alvarez. Coordinador de la muestra.

La fresca rebeldía de Gustavo Araujo

Todo progreso es un retorno a casa.

El Kybalion

Quien dé una ojeada a la meteórica evolución artística de Gustavo Araujo, encontrará poco o nada en común entre sus sobrias fotografías en blanco y negro exhibidas en el 99, las impactantes cajas de luz del 2000 y 2001, el readymade mediático y las poéticas animaciones digitales del 2002, las vallas públicas del 2003 y su pieza más reciente, que solo tiene audio. Y tendrá razón, solo en parte.

Quizás convenga entrever diferencias y afinidades que guardan sus obras, reparando en ciertos rasgos de la personalidad del artista.

A Gustavo le apasiona el surf. No se trata solo de un deporte excitante para él. Arriba, montado en la gran ola gracias a una estratégica mezcla de control y entrega, se siente plenamente libre. Abajo, tan próximo a la cavernosa inmensidad del mar alzado, lo sacude la plena conciencia de su condición humana. Ese fulminante viaje marino condensa la forma de vida que quiere llevar.

Me parece que son pocos los artistas que, como Gustavo, viven su arte como una expresión mucho menos ligada a una carrera que a los actos esenciales, como el amor, la risa, el sexo, la respiración misma. Esa conciencia lo ha liberado de las restricciones impuestas por las tendencias imperantes o el mercado. Su arte le permite expresarse y le abre horizontes, mientras que su trabajo publicitario le da de comer.

No se trata de una rebeldía contestataria. No hay guerra declaradas, todo lo contrario. La rebeldía de Gustavo es expansiva, abierta, y de ahí su entrega a las infinitas posibilidades creativas, siempre a su propio ritmo. Es también una rebeldía muy consciente de sí misma; forma parte de ese control necesario para ser libre.

Control y entrega, como en la cresta de la ola. En una entrevista cedida con ocasión de su primera muestra individual en el 99, Gustavo insistió varias veces en el carácter intuitivo de su expresión, por encima de móviles intelectuales. Y habló de sus inquietudes: “Me siento muy a gusto buscando una estética parecida a la de las fotos familiares antiguas. Pero intuyo que detrás de esa búsqueda estética hay algo más que todavía no sé qué es”.

La sustancia misma de esa búsqueda estética también se ve reflejada en el mar y su oleaje. Una emoción dominante en Gustavo es la nostalgia por ciertos momentos de su infancia, que él resume en los felices paseos a la playa con su familia. A su vez, esa nostalgia se traduce en el rechazo de lo estático, actitud paradójica para un fotógrafo de profesión.En sus imágenes, la gente, desenfocada o vista solo parcialmente, evoca la fragilidad de las relaciones humanas. En sus vallas luminosas, los objetos aparecen fotografiados desde diversos ángulos y yuxtapuestos en grandes secuencias interrumpidas. Sus audiovisuales, como Red Frog e Isla Grande, trasmiten sensaciones de pérdida y ausencia mediante la manipulación digital del movimiento y de la lenta aparición y desaparición de las figuras.

Es el tiempo, pues, la materia prima de su arte. El tiempo fracturado, desarmado, recurrente, distendido, manipulado de todas las maneras posibles. El tiempo emerge incluso en la vertiente menos intimista de su obra, aquella que explora los mecanismos subliminales de control y seducción utilizados por la publicidad. No es casual que para Castings se apropiara de cintas filmadas hace una década, como recurso distanciador.

El tiempo también es el material clave de su última pieza, Sin título (Entre el callar y el silencio), co-editada por Ingmar Herrera. Desprendido de toda imagenu objeto, el tiempo se manipula en un tejido visceral de voces que cantan, hablan, cuentan chistes, gritan, ríen, se lamentan, lloran y —sobre todo— venden lo que puedan. Voces entrelazadas, apretadas entre sí. Llegas a discernir las invocaciones a un Cristo, al que llaman “El Naza” o Nazareno. El audio te envuelve y sumerge en una amalgama de asociaciones psíquicas y culturales: las estremecedoras plegarias llenas de puro teatro y pura devoción, el extremo dolor físico al que se someten los penitentes, todo ello entrelazado con la venta insistente de velas o comida, un calypso sonoro, o la gracia vulgar y picante de algún paisano sin rostro ni nombre. Caótico paisaje psíquico que transmite esperanza, oportunismo, sentido práctico, desesperación; un trozo crudo en la vida brutal de los olvidados.

Esta pieza, que por su inmaterialidad extra-fotográfica parece contradecir la obra anterior de Gustavo Araujo, la sella como una producción sólida, coherente y madura. El hombre y el artista han encontrado pistas para jugar con el tiempo, que a fin de cuentas es memoria, y que surge y resurge como el oleaje del mar.

Adrienne Samos

Me quedo en Suiza

“Nica—gando me quedo en la Suiza centroamericana…”, de Raúl Quintanilla Armijo, forma parte de un proyecto que él llama: “ NicaraWHAT”. Desde mediados de los años 80 se recrea exponiendo nuevas obras con la misma política de la obsesión, hablar de un país que se rehusa a ser.

R.Q.A. es polimorfo: hace objetos, programas de radio, pinta (las uñas de amante, según dice), cura, diseña y edita; carga en su haber 20 números de “tomo y lomo” de Artefacto, revista preferida del fallecido pero jamas muerto poeta Carlos Martínez Rivas. Actualmente esta “enfrascado”, con una pequeña ayuda de sus amigos, en la número 2 de Estrago, revista mas pequeña, pero con HOZ-tia incluida.

Nica-gando me quedo…” trata de una mudanza. Insiste en una vision del pasado—futuro en el que flota el hoy. Cultiva acá un barroco caribe a lo “Carpentier” -a quien nunca ha leído- lleno de referencias, interferencias y réplicas; cuenta, denuncia y mete el dedo donde no debe: religión, poder, sexo. Barroco que dentro de la “globananalización”, se convierte en clave de interpretación de la cultura de hoy en día.

Desde este lado del charco, Raúl usa como contrapunto la lógica y moral de Occidente: selecciona con meticulosidad y cinismo los objetos: una empuñadura, un santo, un balón de fútbol, espinas de ceibo, mapamundi, banderas, cerámica chorotega, iconos de la historia pasada y reciente. Su producción tiene el carácter de “works in progress” -como dijese Cage- a quien Quintanilla siempre agradece ritualmente. Obras lentas en concebir y que, una vez hechas, van cambiando. Estos objetos, como palabras claves entresacadas de acá y allá , se hablan entre sí y establecen un escenario Absolut Kistch. Son las imágenes las que danzan, y sólo irónicamente llegas al concepto.

Una parte de las obras, tituladas “Dame tu corazón I”, “Dame tu corazón II“, “San Martirio”, “Las cinco im-potencias” y “Ay Miss Nicaragua”, escapan de ser fetiches o piezas de “art-pop-decó” de rápido encargo; la manufactura de la obra está en un primer plano y es variopinta, necesita una técnica que permita que una cosa nunca sea sólo una cosa y que el detalle, añadido, pegado o incrustado, pueda cambiarle el papel.

Pongámonos a filmar el proceso: un día, el que los personajes sean pequeños, deformese inferiores te lleva a suponer que ellos encarnan la ceguera de la vida y la ignorancia del hombre. Con un resultado estético catalogado como hibridación monstruosa o adefesio: “Ay miss Nicaragua”.

En otro momento sobresalen como protagonistas la hoz, el machete, la daga y el sílex: drásticos artefactos que siguen la saga de las espadas y que podrían estar en una especie de “museo ambulante” de La Santa Inquisición.

Raúl trabaja acercando y alejando el objeto de la imagen. Con el tiempo, las piezas –trabajadas a escala- parecen guardianes del subconsciente Jungiano, a ver si pueden librarle a uno de un perverso deseo de sangre. Si te fijas en los íconos de madera, ves que son santos de iglesias católicas típicos de la pos-colonia; piezas tránsfugas que ahora bien podrían llamarse “El Cristo mutilado de la hoz” o “El Santo ermitaño encapuchado”.

Conceptualmente el autor no muta, manifiestamente arremete contra la enajenación religiosa del milagro y sus affaires, y en contra de un papado de alienante poder. Raúl interpreta el conflicto en las claves simbólicas que lo caracterizan. Sus piezas son segmentos de una alegoría más amplia: la desobediencia moral o el fin de la culpa y el castigo. (Véase que la bandera del Vaticano, amarrillo—blanco, reaparece en la pieza: “Del odio a nuestra historia”).

En la obra “Malinche I y II”, Raúl hace gala de una economía de materiales y reincide en hablar del fenómeno global del mestizaje. A veces me imagino que aprendió de Quevedo, que agarraba su cartapacio se plantaba en una esquina y entre ejemplos mordaces y agudezas tenía al público perplejo; y así daba su versión de los hechos.

En “Malinche”, Raúl pone dos espadas -una grande y otra chiquita- bautizadas con nombre propio, como si fueran seres vivos. Con nombre legendario -hermanas de Escalibar- teniendo en cuenta los significados en inglés de las palabras sword (espada) y word (nombre). Haciendo hincapié en el nombre de “Malinche”: la esclava que fue vendida a Cortés, la intérprete, la que se enamora; la Malinche de connotada historia, la desconocida, la que acaba de nacer…la historia interminable. Pues no hay dos sin tres.

Como Raúl prefiere llamarse “autista” más que “artista”, ahí va él espada en mano, defensor de las fuerzas de la luz sobre las tinieblas. La espada desenvainada es símbolo de conjunción; habla del herido y de herir; se impone el filo de la hoja y deja entrever que habrá un ajuste de cuentas (recordar los dichos: “pendía sobre su cabeza la espada de Democles”, “el que a yerro mata a yerro muere”). Y trae al cuento, poéticamente, un drama: “Las espadas de los lirios”.

El autor se mueve al filo de la navaja; no hace un arte banal, de conceptos aparentes y veladas críticas sociales, pero tampoco de afirmaciones definitivas. Recrea el hecho y clava la espada horizontal en el cuenco de la vasija de barro precolombina; quiere mostrar el horror del hoy en ”New world dis—order”; se declara en contra de la masacre: “Guate—bala I, II, y III”. Aparece la burla con resentimiento y rabia: “Del odio a nuestra historia”. Usa los lampazos teñidos del color de las banderas de los partidos políticos, (PLC: rojo y blanco; FSLN: rojo y negro, de la patria: azul y blanco; y del clero: blanco y amarillo). Los símbolos de autoafirmación por excelencia caen por los suelos.

`En esta exposición, otra parte de las piezas: “El oscuro objeto del deseo I y II”, “Fuera de lugar: Nicoya” y “Pie de atleta”, muestran al artesano avezado en el tacto, conocimiento y disección de las piezas de cerámica precolombina. Las conoce como un coleccionador de sellos, y adora del barro su fuerza matérica. Son pendimentos puestos en primer plano.

En las dos primeras, se dedica -como si de un puzzle tridimensional se tratara- a la construcción de una máscara, en base a fragmentos que tiene como molde otra máscara de Madera, típica de los danzantes en las fiestas del Toro--Guaco de Diriamba. Después encaja los coloridos deslavados por el tiempo, y a las cóncavas y a las semi-planas las adapta dando al rostro su peculiar expresividad, hasta poder decir que bajo apariencia de Gueguense se encuentra una mujer y un hombre: que se escaparon de ahí, que pertenecen a la pasarela, que están en el último anagrama de Mike Jager.

Raúl disfruta refrendando a los clásicos, de los que se distancia cuando afirma: fragmentado el hecho y el suceso pero no el individuo que mira: ese soy yo”. Como dice David Ocon, escritor y artista, para hablar de Raúl: no se puede hacer más que una síntesis porque él es una estocada.

Teresa Codina. Managua, agosto 27. 2003

Dis/continuo

“Donde va más hondo el río, hace menos ruido”, “Por mucho que el río corra va a morir al mar”, “A río pasado, santo olvidado”, “Agua que no has de beber, déjala correr”, “El río siempre crece con aguas sucias”, “Agua turbia no hace espejo”, “Con sólo rocíos no crecen los ríos”, “Gota a gota se forma el río”, “Río revuelto, ganancia de pescadores”, “Al mejor nadador se lo lleva el río”, “Cuando el río suena, piedras trae”.

Con la persistencia –si bien variable- de las tradiciones, el río ha estado presente en un amplísimo repertorio de refranes y proverbios populares, arrastrando consigo los más diversos sentidos.

Asimismo, se le encuentra en metáforas esenciales como aquella que lo vincula al Tiempo (“No te bañarás dos veces en el mismo río”, la célebre sentencia de Heráclito, sellaría esa relación). Y tal vez no haya imagen más simple para hablar del tiempo, ese “flujo de los presentes que se aniquilan” (San Agustín), que la de un río corriente.

Esto es, más y menos, lo que propone Ana de Vicente.

Sin embargo, la inmediatez con que admitimos lo “sabido”, nos empuja a las arenas resbaladizas del equívoco y la duda. De algún modo, Dis/continuo juega con el lugar común, pero precisamente para cuestionar su supuesta “universalidad”. Así, la idea del agua como un símbolo “universal” del paso del tiempo, es confrontada con una percepción subjetiva de la temporalidad. De ahí que el espectador quede sumergido en la imagen (a través de las sombras). Y el cuerpo -¿quién lo duda?- es otro registro del tiempo.

Dis/continuo.

La idea de relatividad atraviesa esta propuesta, sugiriendo que la experiencia temporal es también cultural y subjetiva. Así, por ejemplo, la continuidad de la corriente es cuestionada por la discontinuidad que introduce el video, al separar un fragmento de ‘realidad’: “En un mundo gobernado por imágenes fotográficas, todas las fronteras (‘encuadre’) parecen arbitrarias. Cualquier cosa puede volverse discontinua, cualquier cosa puede separarse de cualquier otra”, afirma Susan Sontag.

Pero otros equívocos se derivan de esa dis/continuidad. Uno de ellos es que la imagen repetida -en el loop, como en las 4 proyecciones- hace que lo que vemos como sucesivo no sea más que la repetición, el retorno de lo mismo. Por eso, la propuesta de Ana de Vicente replica a lo fugaz con lo continuo, al movimiento con la inmovilidad, a lo transitorio con lo intemporal, a lo lineal con lo circular, a lo sucesivo con lo simultáneo (y viceversa).

Tamara Díaz Bringas

El arte de la política; la política del arte.

Platón afirmó alguna vez que “la política es un arte”. Y, en un sentido al parecer totalmente contrario, en los albores mismos de la modernidad el filósofo inglés Thomas Hobbes escribió: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.

De algún modo poniendo en escena –y cuestionando- esas afirmaciones un tanto contradictorias, la artista Lucía Madriz ha realizado su obra Estaré con ustedes como un arcoiris en una mancha de aceite: irónica pero a la vez lúdica instalación (a pesar de su apariencia oscura y un tanto tenebrosa), compuesta por elementos muy disímiles que, sin embargo, han formado parte de su joven aunque experimental trayectoria artística: desde la pintura a la fotografía, pasando por el audiovisual y el objeto encontrado o intervenido.

Teniendo como referentes directos las agresivas posiciones militares de la actual administración norteamericana -de Bush Jr y sus “Halcones”-, donde los intereses económicos se mezclan de forma relativamente oculta (aunque a veces evidente, escandalosa e incluso torpemente) con sus recientes incursiones invasoras, Lucía Madriz reflexiona de manera metafórica -pero sin tapujos- acerca de los posibles vínculos entre poder y política, entre política y economía, entre economía y cultura; tomando en consideración que lo que se está definiendo, y enfrentando, tras el tema del petróleo y estas recientes jugadas geopolíticas, no son solo los intereses de estos “poderosos personajes” ahora en el poder, sino los métodos agresivos, de imposición violenta y unilateral (sin anuencia de la ONU ni de nadie) de una potencia imperial ante el resto del mundo; sobre todo de aquellos más reacios a aceptar, o que incluso intenten negar por otros métodos violentos (“terroristas”), esas formas de hacer política, religión y cultura occidentales (o mejor: norteamericana).

En ese sentido, las afirmaciones del filósofo Samuel Huntington acerca de un inevitable “choque de las civilizaciones”, parecen estarse produciendo, a través justamente de las “acciones terroristas” conque la intolerancia de ambos extremos, no reconocen o inclusive niegan la posibilidad de expresión de las particularidades y de la existencia del “otro”.

Ahora bien, con Estaré como un arcoiris… esta artista propone además otro polémico vínculo entre el “arte” y la “política”. Lucía Madriz (re)activa en su obra un recurrente dilema del arte y la cultura del siglo XX, que se ha extendido hasta hoy con fuerza inusitada: debe el arte mezclarse con la política; debe interpelarla; debe cuestionarla?.

Así, esta artista parece adoptar una posición cercana a aquella que proponía Octavio Paz, cuando afirmaba que los artistas e intelectuales deben ejercitar siempre una especie de “conciencia crítica” ante su tiempo y su contexto, sin afiliarse (‘compromiso’ mediante: Sartre, Malraux y Cia) a las cambiantes posiciones ideológicas emanadas de los diferentes poderes políticos; y que, por lo tanto, era necesario mantener una independencia (o al menos una ‘autonomía crítica’: Bourdieu, Foucault mediante) con respecto a esos poderes castrantes y condicionadores.

Quizás por ello, esta propuesta instalativa de Lucía Madriz, de algún modo coincide -a nivel simbólico- con las disímiles visiones críticas (desde el semiólogo Noam Chomsky, el filósofo James Petras o el cineasta Michael Moore en el contexto estadounidense, hasta las perspectivas de intelectuales iberoamericanos como José Saramago, Eduardo Galeano o Carlos Fuentes) que se han manifestado y opuesto a las pretensiones hegemónicas y agresivas de la actual administración norteamericana, a través de las ideas, de la cultura y del arte.

Para ello, en un sentido formal y conceptual Lucía Madriz apela a una interrelación de materiales y elementos visuales y simbólicos diversos, que se mezclan de una manera irónica y lúcida a la vez, ofreciendo una carga de significaciones metafóricas nada panfletarias, aunque sumamente críticas y subversivas. Por eso, aquí vemos interactuar imágenes de “manchas de aceite” formando ese raro, extraño y ambiguo “arcoíris” (inequívoco símbolo de ‘belleza’ en Occidente), proyectado sobre un “horizonte” (símbolo también positivo: de ‘infinitud’, de ‘esperanza’) en un efectivo y paradójico recurso de trastocamiento de significados, tornando a estos símbolos en algo incluso macabro y hasta fatalista.

Igualmente efectiva resulta la propuesta de contrastar –y complementar- lo pictórico y lo audiovisual, en donde la pantalla conectada al VHS sirve de soporte cromático –azul: también de ‘esperanza’- a una ocurrente escenificación del icono histórico por antonomasia del poderío imperial norteamericano: las “estrellas” de su bandera; expuestas aquí de una manera graciosa e irreverente, en un papel de caricaturesco brillo tornasolado.

Complementado todo ello, detrás de ese TV en azul con estrellas tornasol, podemos ver dos pinturas que simulan canales de TV desintonizados, en una parabólica y sarcástica alusión al poder (des)informativo de los medios de comunicación, controlados mayoritariamente por los EE.UU, y que por lo general refuerzan una visión mediatizada –es decir: controlada, manipulada y parcializada- de lo que “realmente acontece” en estos escenarios de guerra y conflictos.

En cualquier caso, con la instalación Estaré sobre ustedes como un arcoíris en una mancha de aceite, Lucía Madriz parece estar cuestionado no tanto el considerar a la “política” o la “guerra” como un “arte” (como lo hicieron Platón y Hobbes, respectivamente), sino que aquellos dos conceptos se propongan como un tipo de “arte” cínico, impositivo, violento, sin ética y desconocedor de las diferencias; y que el “arte” mismo no tenga la posibilidad y el derecho –e inclusive el deber- de enfrentarlos y cuestionarlos.

Ernesto Calvo. Curador.