Veinticuatrohorasdeexistenciaenla delgadalineadelavidayelarte

Andrés Carranza/ Costa Rica
Curaduría: Ernesto Calvo
Del 16 de octubre al 22 de noviembre del 2003.
Salas 3 y 4
Museo de Arte y Diseño Contemporáneo

Cuerpo adentro

El acercamiento a distintas formas de auto-referencialidad, de auto-representación, tienen innumerables y clásicos ejemplos: desde las Confesiones de San Agustín, hasta las Divagaciones de un paseante solitario, de Rousseau; del monumental Poesía y Verdad, de Goethe, al Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. En las artes plásticas, esa auto-representación y auto-referencialidad, traducida en imágenes, han sido exploradas históricamente desde un Rembrandt o un Van Gogh, hasta una Frida Kahlo o un Lucien Freud, por poner solo algunos ejemplos paradigmáticos.

Inscrito de alguna manera en esa línea del arte que hace de la auto-referencialidad un motivo recurrente, y en ocasiones una verdadera obsesión, la obra de Andrés Carranza ha transitado muy cerca de esos códigos que aluden a la directa relación del cuerpo con su entorno, y consigo mismo, en un particular modo de exponer(se) ante los “otros”.

En ese sentido, Veinticuatrohorasdeexistenciaenladelgadalineadelavidayelarte, es una especie de continuum lingüístico (pero sobre todo vital), donde se mezclan propuestas anteriores y recientes de este artista, que confluyen en la intención de apresar(o al menos de atisbar un tanto) esas difusas fronteras entre lo vivencial íntimo y su pública representación.

Dentro de esas búsquedas, las propuestas de Andrés Carranza se han movido en un terreno ambiguo, casi indefinible en varios sentidos: desde la utilización de técnicas y lenguajes muy diversos (pintura, escultura, fotografía, instalación, video y/o performace) para exponer sus inquietudes artísticas y vivenciales, hasta las diferentes formas que ha venido configurando la re-presentación de su propio cuerpo, como soporte o centro de esas interrogantes.

Así, del trazo macro-físico de sus glóbulos rojos, a la clonación digital de su propio cuerpo en una clásica pintura de tema religioso; de fotografías manipuladas con su imagen multiplicada cubierto de sangre, a transparencias de fluidos esenciales como semen, saliva, sudor o sangre; desde electro-cardiogramas con los latidos de su propio corazón filmados, a moldes o vaciados en posiciones fetales; o contenedores de su orina almacenada durante tiempo, Andrés Carranza insiste en exponer(nos) su propio cuerpo, como depositario de múltiples y en muchas ocasiones encontrados significados.

En esas narcisistas puestas en escena (suerte de escenificación de pequeños Big Brother íntimos, personales), Carranza se acerca de algún modo a aquellos artistas históricos del body art -Hermann Nitsch, Gunter Brus, Gina Pane, Chris Burden, Ana Mendieta, entre otros- que hicieron de su propia anatomía un extraño y en ocasiones radical soporte de cuestionamientos artísticos y/o vivenciales. Incorporando algunas de esas transgresiones formales y temáticas del performance y el arte corporal de los años sesenta, setenta (y hasta la actualidad), donde se mezclaban de manera extrema, angustias y dudas de estos artistas, pero también ciertas dosis de morboso placer y egocentrismo-narcisismo contradictorios, Carranza escenifica sus propios conflictos y tensiones, con algunas de esas connotaciones implícitas o explícitas.

De tal forma, en ese auscultamiento de órganos y fluidos esenciales, lo corporal se traslada hacia adentro –hacia lo visceral- quizás como una metafórica forma de rastrear el supuesto sentido de las relaciones entre “vida” y “arte”, a partir de una teatralización que prefiere lo poético, lo sutil y lo sugerido (aunque también el impacto chocante y hasta morboso), y que explora los diversos vínculos que se establecen entre esa imagen construida del artista y su propio cuerpo “real”.

Y, es en ese difuso límite entre lo íntimo y privado, que se hace público; en los entresijos de las -a veces- indiscernibles fronteras entre “ficción” y “realidad” , que Carranza propone (con)fundir las delgadas líneas que dividen -o que quizás unen- las siempre contradictorias aunque imprescindibles relaciones entre lo vital y lo artístico: allí donde no percibimos claramente en qué momento termina el “arte” y comienza la “vida” (o viceversa).

Ernesto Calvo Alvarez. Curador

Referencias en otros medios.

“En un primer punto, la obra plástica de Carranza explora y revalora el complejo mundo bajo la piel. Así, su propuesta se traduce en autorretrato, y es intimista por la búsqueda de la propia existencia (…) el artista ha decidido llevar su cama hasta el mismo museo, pero, más allá de dormir, Carranza realizará hoy un monitoreo de su corazón para traducirlo en sonido y video. ‘Siempre me ha gustado trabajar con el cuerpo. Es una herramienta y un ligamen físico con el arte’, explicó Carranza”. Alejandro Lizano. Espacios íntimos y lúdicos. La Nación, Viva. 16 de octubre de 2003.